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Drogas, sexo y desinhibición: ¿qué es el ‘chemsex’ y qué riesgos comporta?


Benjamín Gaya-Sancho, Universidad San Jorge; Borja Romero Bilbao, Universidad San Jorge, and Daniel Sanjuán Sánchez, Universidad San Jorge


Lo de ayer fue puro desfase, aunque no hay ni sombra de resaca. El plato con droga sigue en la mesa. Durante esa noche, las inhibiciones desaparecieron y el placer sexual parecía ilimitado.

Para muchos, esta es la promesa del chemsex. Sin embargo, detrás de ese reclamo de libertad y diversión se esconde una realidad de riesgos para la salud, vulnerabilidad y adicción.

El chemsex hace referencia al consumo de sustancias psicoactivas específicas para mejorar o prolongar las experiencias sexuales. Es practicado principalmente por homosexuales, bisexuales y hombres que tienen relaciones sexuales con hombres.

Las sustancias más usadas son las metanfetaminas, la mefedrona, la ketamina o el ácido gamma-hidroxibutírico (GHB, conocido comúnmente como “chorro”). El objetivo reside en llegar al éxtasis durante las relaciones y prolongar su duración, a menudo administrando las drogas mediante pinchazo (slam), con los riesgos que ello comporta.

Riesgos físicos y psicológicos

La práctica del chemsex puede acarrear las siguientes consecuencias negativas:

  • Implicaciones para la salud física. Está vinculado a un aumento de los comportamientos sexuales de riesgo, lo que puede incrementar las tasas de transmisión del VIH y otras infecciones de transmisión sexual (ITS). Los participantes suelen mantener relaciones con múltiples parejas a la vez y, a veces, durante periodos prolongados, lo que agrava estas posibilidades de contagio.
  • Deterioro de la salud mental: A menudo, las personas que lo practican experimentan estigmatización, estrés o incluso culpa o sentimientos de soledad. Por otro lado, habría que valorar las razones que llevan a apuntarse al chemsex.
  • Consumo de sustancias y dependencia: El uso de drogas psicoactivas puede provocar intoxicaciones agudas y problemas de dependencia a largo plazo, complicando tanto la salud física como la mental. Los consumidores pueden experimentar cansancio físico y mental, ideaciones suicidas, psicosis, comportamientos agresivos o sobredosis por la pérdida de control sobre las sustancias (de ahí viene, por ejemplo, la expresión coloquial “volcar de chorro”, cuando alguien se pasa con el GHB).

¿Y por qué no se pide ayuda?

Quienes practican chemsex no suelen sentirse lo suficientemente acompañados o comprendidos. Así encontramos lo que podemos llamar barreras en la atención sanitaria:

¿Cómo se puede actuar?

Como ciudadanos somos capaces de ayudar y podemos hacer mucho, pero tenemos que tener en cuenta distintos factores:

En definitiva, el chemsex representa un desafío complejo que trasciende el ámbito individual para convertirse en una cuestión de salud pública, derechos humanos y justicia social. Abordar los riesgos de esta práctica no requiere solo intervenciones sanitarias y legales, sino un cambio en la forma en que entendemos y apoyamos a las comunidades afectadas. La educación, la reducción de daños y la empatía son esenciales para avanzar hacia soluciones reales y sostenibles.

Benjamín Gaya-Sancho, Personal Docente e Investigador (Enfermería y Biomedicina) en USJ. Enfermero del servicio de urgencias del Hospital QuirónSalud Zaragoza., Universidad San Jorge; Borja Romero Bilbao, Personal docente e investigador en Ciencias de la salud (Enfermería, Biomedicina) en Universidad San Jorge. Enfermero en el Servicio Aragonés de Salud, Universidad San Jorge, and Daniel Sanjuán Sánchez, Fisioterapeuta y personal docente investigador en la Facultad de Ciencias de la Salud en Universidad San Jorge, profesor asociado en la Facultad de Enfermería y Fisioterapia en la Universitat de Lleida. Miembro del grupo de investigación iPhysio, Universidad San Jorge

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.