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El yoga puede ayudar a mantener joven y sano nuestro cerebro


Isabel María Martín Monzón, Universidad de Sevilla


“La mente surge del cuerpo”.

António Damásio, neurocientífico

Quizás hoy, con lo que sabemos de la ciencia y del cerebro, podríamos afirmar algo parecido sobre el yoga. Esta actividad, aunque muchos la vean solo como una rutina física o una moda pasajera, es en realidad una poderosa herramienta para cuidar de nuestra mente.

Las posturas elegantes, los estiramientos suaves y la respiración profunda no son solo una forma de relajar el cuerpo o aumentar la flexibilidad. Son la puerta de entrada a una transformación más profunda: la del cerebro. Aunque esto pueda sonar poético o exagerado, la ciencia está empezando a respaldarlo con evidencias.

El yoga como gimnasio cerebral

Casi todos hemos oído hablar alguna vez de los beneficios del yoga para el cuerpo. Se trata de un ejercicio físico que mejora la postura, fortalece los músculos, mejora la salud cardiovascular y reduce el dolor crónico. Sin embargo, sus efectos sobre la mente y el cerebro son menos conocidos.

Estudios científicos han demostrado que practicarlo regularmente incrementa la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para reorganizarse y crear nuevas conexiones neuronales. Este efecto se debe, en parte, al aumento de una proteína llamada BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro), que resulta fundamental para el aprendizaje, la memoria y la reparación neuronal.

Lo más interesante es que estos beneficios se observan incluso tras pocas semanas de práctica y en personas de todas las edades. Los resultados muestran mejoras en funciones cognitivas como la atención, la memoria de trabajo y la velocidad de procesamiento. El cerebro, como el resto del cuerpo, responde al entrenamiento constante.

Contra el estrés y sus efectos cerebrales

El estrés crónico es un enemigo muy dañino para nuestro cerebro. Vivimos en una sociedad que glorifica la prisa, la productividad sin pausa y la multitarea. Todo eso activa en exceso nuestro eje hipotálamo-hipófisis-adrenal, lo que eleva los niveles de cortisol, la hormona del estrés. En pequeñas dosis, el cortisol es útil, pero cuando está crónicamente elevado, daña el hipocampo (clave para la memoria), reduce la concentración y debilita la regulación emocional.

Aquí es donde el yoga tiene mucho que decir. Diversos ensayos han encontrado que practicarlo de forma regular reduce de manera significativa la activación de este eje del estrés. Los niveles de cortisol bajan, la frecuencia cardíaca se estabiliza y el sistema nervioso parasimpático –el que nos ayuda a descansar, digerir y reparar– toma el control.

Es como pasar de un estado de alerta constante a uno de calma reparadora. El cerebro, agradecido, empieza a funcionar mejor.

Meditar cambia el cerebro

La meditación es una parte esencial de muchas formas de yoga, aunque no siempre se practique en las clases modernas. Es también una de las actividades con mayor impacto en el cerebro que conocemos.

Estudios con imágenes por resonancia magnética han mostrado que personas que meditan con frecuencia tienen un mayor volumen de sustancia gris en regiones clave como el hipocampo (memoria), la corteza prefrontal (toma de decisiones, atención, empatía) y la ínsula (conciencia corporal y emocional).

Estos cambios pueden observarse incluso en periodos cortos –de apenas ocho semanas– de práctica diaria. Lo más valioso: no se requiere experiencia previa ni un retiro espiritual. Solo constancia. Como con cualquier habilidad, lo importante es la regularidad.

Un escudo contra el deterioro cognitivo y el envejecimiento

A medida que envejecemos el cerebro pierde volumen y eficiencia. Algunas funciones se hacen más lentas, la memoria falla, cuesta más concentrarse. Pero no es un destino inevitable. Existen formas de proteger el cerebro frente al paso del tiempo. El yoga podría ser una de ellas.

Diversos estudios han encontrado que las personas mayores que practican yoga muestran mejor rendimiento cognitivo, mayor conectividad cerebral y una reducción del deterioro estructural en áreas clave del cerebro. Incluso quienes comienzan a practicarlo después de los 60 o 70 años pueden experimentar mejoras en atención, memoria y bienestar emocional.

Estos beneficios no se limitan al ámbito cognitivo. La práctica regular de yoga produce efectos positivos a nivel holístico. A través de diversos mecanismos neurobiológicos ejerce una acción antienvejecimiento: reduce el estrés oxidativo, mejora la función mitocondrial e inmunitaria, modula la inflamación crónica y preserva la longitud de los telómeros, marcadores esenciales del envejecimiento celular.

Esto tiene implicaciones enormes. En un mundo que envejece rápidamente, promover actividades como el yoga puede ser una estrategia accesible, no farmacológica y de bajo coste para prevenir la demencia, mantenernos jóvenes más tiempo y mejorar la calidad de vida a lo largo de nuestra vida.

Más allá del cuerpo

Las personas se acercan al yoga por razones muy distintas. Algunos buscan estirar la espalda; otros, dormir mejor; y otros, simplemente, quieren un momento de paz en un mundo que no se detiene. Lo que quizás no saben es que, al hacerlo, están cultivando una mente más clara, un cerebro más sano y una vida mental más rica.

Igual que la música transforma al que la practica, el yoga moldea y protege al que se entrega a él. Es una forma de volver al cuerpo, pero también de reconstruir la mente. De conectar con uno mismo, pero también con una vida más plena.

Porque tal vez, como diría Damásio, si el cuerpo da origen a la mente, entonces cuidar del cuerpo con prácticas como el yoga es también cuidar profundamente de lo que somos.

Isabel María Martín Monzón, Profesora Titular Área de Psicobiología. Facultad de Psicología. Universidad de Sevilla, Universidad de Sevilla

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.