

Elisa Rodríguez Ortega, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
El alzheimer es el tipo de demencia más frecuente de todas las que existen, representando entre un 60 y un 70 % de los casos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Solo en España, por ejemplo, unas 800 000 personas están diagnosticadas con este trastorno, que afecta sobre a todo a mujeres. Además, se estima que, para el 2050, el número de personas con alzheimer podría triplicarse.
Un enemigo escurridizo
Desde el descubrimiento de la enfermedad, en 1901, se ha intentado sin éxito conseguir una cura. Una de las mayores dificultades para ello es que no tiene una única causa. Por el contrario, se han identificado muchos factores que pueden fomentar su desarrollo. Solo el 5 % de los casos se asocian a causas genéticas, el llamado alzheimer familiar. En el 95 % restante, conocido como alzheimer esporádico, no se sabe exactamente su causa.
Entre algunos de los factores identificados destaca la acumulación de placas de proteína beta-amiloide (capaces de alterar la comunicación entre neuronas), los ovillos neurofibrilares de proteína TAU (acumulaciones anómalas de esta proteína en las neuronas) y la neuroinflamación cerebral.
Además, se ha constatado que la barrera hematoencefálica, la estructura celular que protege el cerebro, puede jugar un papel fundamental en el inicio y progresión del alzheimer. Y esa ha sido precisamente la diana de un reciente estudio que podría aportar nuevas armas en la lucha contra esta esta enfermedad.
El papel clave de la barrera que protege el cerebro
Desde hace más de dos décadas, existen medicamentos para el alzheimer leve o moderado. Así, la galantamina o el donepezilo pueden ser útiles para los déficits cognitivos y conductuales.
En los últimos años, se han aprobado fármacos basados en anticuerpos monoclonales que ayudan a reducir las placas de beta-amiolide y ralentizan la progresión de la enfermedad, aunque no la hacen desaparecer.
Nuestro sistema nervioso requiere de sistemas de protección especiales y uno de ellos es la citada barrera hematoencefálica, que se encuentra en el sistema nervioso central, incluyendo el encéfalo y la médula espinal.
Formada por vasos sanguíneos y diversos tipos de células, su principal función es no dejar que algunas moléculas pasen de la sangre al sistema nervioso central, especialmente las de gran tamaño, evitando que dañen el tejido. De esta forma, ayuda a controlar el entorno de las células, favoreciendo su supervivencia.
En personas sanas, esta muralla ayuda a eliminar proteínas como la beta-amiloide. Sin embargo, en pacientes con alzheimer no realiza bien su función de limpieza, lo que conlleva a que la proteína se acumule en forma de placas. Un desajuste que, hasta ahora, no se sabía cómo ocurría.
Reparar la barrera hematoencefálica en ratones: un primer paso
Como apuntábamos más arriba, el estudio que acaba de publicarse en la revista Nature ha explorado el papel de la barrera hematoencefálica en el alzheimer. Los autores encontraron que los receptores LRP1, presentes en células de esta estructura, cumplen un rol importante en la eliminación de beta-amiloide. Así, la menor actividad de los receptores LRP1 está estrechamente relacionada con la disfunción de la barrera y el déficit cognitivo.
Los investigadores intentaron modular estos receptores con el fin de ver qué ocurría. Para ello, sintetizaron unas moléculas a las llamaron A40-POs y que ayudan a que se mantenga el equilibrio de receptores LRP1. El objetivo era “reprogramar” la barrera para que cumpliese con su función de eliminar beta-amiolide.
Para llevar a cabo su investigación usaron un modelo de ratón con alzheimer (el APP/PS1) y tomaron ejemplares de roedores sanos como controles. El objetivo del experimento era comprobar si el tratamiento con A40-POs era capaz de eliminar beta-amiolide y restaurar la barrera en los ratones que presentaban la enfermedad. Además, evaluaron el aprendizaje y la memoria de los animales y su calidad de vida.
Los resultados fueron sorprendentes: el tratamiento produjo una rápida eliminación de casi la mitad del beta-amiolide, permitiendo recuperar la estructura de la barrera cerebral en un 78 %. Según apuntan los datos, este nuevo tratamiento consiguió mejoras cognitivas que perduraban hasta 6 meses después de su aplicación.
Investigación para seguir avanzando
Este avance abre la puerta a investigar con más detalle cómo la barrera del cerebro se ve alterada en el alzheimer y cómo se puede recuperar su funcionalidad, logrando la mejora de los pacientes.
Sin embargo, los resultados deben ser tomados con cautela. Recordemos que no todos los ensayos llevados a cabo con éxito en roedores son extrapolables al ser humano. Cada año se prueban cientos de moléculas que funcionan en animales pero no que no tienen los mismos resultados en personas, o los tienen acompañados de efectos secundarios graves. El tiempo medio requerido para comercializar un fármaco es de más de 10 años. En el caso del alzheimer, han pasado periodos de más de 20 años sin que haya salido al mercado un tratamiento nuevo.
Después de más de un siglo de investigación alrededor de esta enfermedad, todavía nos queda mucho por saber de ella. Pero estudios como el que hemos comentado ayudan a entender mejor sus entresijos y tener un mejor conocimiento de los mecanismos involucrados en su desarrollo, lo que permite diseñar nuevas terapias. Solo continuando con la investigación se logrará algún día una cura o una forma de prevenir un trastorno con un impacto tan grande en nuestra sociedad.
Elisa Rodríguez Ortega, Profesor Contratado Doctor, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
