

José María Alunda Rodríguez, Universidad Complutense de Madrid and Juan José Torrado Durán, Universidad Complutense de Madrid
La característica más relevante del modo de vida parasitario es la necesidad de utilizar a otro ser vivo como medio temporal o permanente. El descubrimiento y explotación de este nuevo nicho vital (el hospedador u organismo que acoge a los parásitos) ha tenido un éxito evolutivo extraordinario.
Hoy, las infecciones parasitarias afectan a miles de millones de personas y suponen una importante limitación para la producción y el bienestar animal en todo el mundo.

Una plaga para los humanos
Se calcula que Toxoplasma gondii afecta a un tercio de la población mundial (más de 2 000 millones de personas). Y, según la OMS, Plasmodium –el parásito humano más devastador– causó unos 249 millones de casos de malaria y 608 000 muertes por esta enfermedad en 2022. Sobre todo, en África y, especialmente, en niños.
Además, existen otras enfermedades asociadas a las regiones más pobres del mundo, denominadas enfermedades tropicales desatendidas (ETD), que afectan a mil millones de personas –la población que requiere intervenciones supera los 1.600 millones–.
De las 21 ETS, doce están causadas por parásitos. Incluyen tripanosomosis (enfermedad del sueño, enfermedad de Chagas), leishmaniosis y diferentes helmintosis (por ejemplo, equinococosis, oncocercosis, esquistosomosis e infecciones por cestodos adultos y larvarios).
Impacto en la cría de animales
Por otra parte, las enfermedades parasitarias que afectan a los animales domésticos generan un enorme impacto económico en ambos hemisferios, además de que algunas tienen potencial zoonótico (posibilidad de transmitirse al ser humano).
Muchas especies parásitas han visto incrementada su distribución geográfica. Así, algunas consideradas tropicales o subtropicales hoy están presentes en el hemisferio norte o han reemergido como consecuencia de alteraciones climáticas, movimientos masivos de poblaciones humanas desplazadas por conflictos bélicos o inmigración o reducción de vigilancia sanitaria.
Estos procesos, junto con la “inventiva” parasitaria –que explota nuevas formas de transmisión–, han modificado de forma sustancial la distribución original de muchas especies parásitas.
Por ejemplo, la transmisión no vectorial de Trypanosoma cruzi (a través de transfusiones sanguíneas, infecciones orales o transmisión vertical madre-hijo) hace que se produzcan casos autóctonos de enfermedad de Chagas tanto en América del Norte como en Europa, muy lejos de su distribución original, en América del Sur.

Control integrado de las enfermedades parasitarias
Los humanos, los animales domésticos y salvajes, los vegetales y los parásitos que les afectan formamos parte de la fina capa de la biosfera. Personas y animales compartimos, además, más del 70 % de las patologías transmisibles, lo que justifica un enfoque global de las enfermedades humanas y animales.

El conocimiento del ciclo vital de los parásitos y de la epidemiología de las enfermedades causadas por ellos nos permite identificar los puntos débiles del proceso de transmisión (“cuellos de botella epidemiológicos”) para diseñar enfoques de control no medicamentoso.
Algunas de estas prácticas son eficaces y fáciles de aplicar, como el uso de mosquiteras. Sin embargo, por desgracia, la mayoría de ellas requieren inversiones muy elevadas y sostenidas (como acometidas de agua para el consumo o sistemas de eliminación de aguas fecales), además de afectar a hábitos arraigados y de no producir resultados evidentes en un periodo corto.
Por otro lado, aunque hay varias vacunas en desarrollo (por ejemplo, las antipalúdicas RTS,S/AS01 -MosquirixTM- y R21/Matrix-M), no se ha comercializado ni una sola inmunización antiparasitaria humana.
La farmacia está casi vacía
El sistema más favorecido ha sido el control químico de las infecciones para actuar sobre los vectores, los hospedadores intermediarios, los reservorios y, principalmente, las poblaciones humanas y animales.
La terapia farmacológica y la quimioprofilaxis, junto con las medidas de control ambiental, han logrado reducir de forma muy notable el impacto de algunas enfermedades parasitarias en áreas endémicas.
Sin embargo, la aparición de fenómenos de resistencia en muchas especies parásitas, la dosificación insuficiente y el difícil acceso a fármacos en áreas remotas y niveles de renta bajos han reducido de forma notable el valor de la terapia farmacológica actual.
El lanzamiento de nuevos fármacos contra las enfermedades parasitarias es escaso o nulo. Por ello, médicos y veterinarios recurren a medicamentos con décadas de antigüedad –en algunos casos el fármaco de elección se remonta a los años cuarenta del siglo XX–, con problemas de toxicidad y de variable eficacia.
La falta de interés del sector farmacéutico en el desarrollo de nuevos tratamientos se debe a diversas razones, a veces no del todo justificadas. Mientras, el mundo académico desempeña un papel destacado en el descubrimiento de nuevos fármacos contra estas enfermedades que causan dolor, desfiguraciones faciales –con el consiguiente rechazo social– y la muerte de decenas de miles de personas cada año.

Desde finales de la década de 1990, algunas ayudas financieras parecían favorecer el desarrollo de nuevos antiparasitarios. Pero la realidad es que, treinta años más tarde, los resultados están por detrás de las expectativas.
Las autoridades nacionales de los países endémicos, las organizaciones internacionales (FAO, OMS, WOAH), las onegés y la sociedad civil reconocen la necesidad urgente de disponer de medicamentos antiparasitarios más eficaces, menos tóxicos, asequibles y no contaminantes. El reto continúa.
José María Alunda Rodríguez, Catedrático de Parasitología y Enfermedades Parasitarias, Universidad Complutense de Madrid and Juan José Torrado Durán, Profesor de Universidad, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Leyenda foto principal: Cincuenta especies distintas del género Anopheles pueden transmitir las cuatro especies diferentes de parásitos del género Plasmodium, causantes de malaria. En la imagen, ejemplar de Anopheles stephensi Wikimedia Commons
